Esta regla tuvo muy poco éxito y de hecho solo hubo un único jugador que consiguió anotar un gol de oro, el alemán Oliver Bierhoff, en la final de la Euro 1996 contra la República Checa.
Los expertos se dieron cuenta de que esta regla, lejos de impulsar el espectáculo y el juego de ataque durante las prórrogas, lo que provocaba era un clima de tensión y miedo a fallar por parte de los jugadores, lo que se traducía en un juego ultra defensivo y sin profundidad.
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